sábado, 8 de febrero de 2014

Digresiones sobre The Wolf of Wall Street


  • Me acerqué con desconfianza a esta película. Después de todo, Martin Scorsese es un cineasta que en mi humilde oponión ha dado lo mejor de sí hace mucho, mucho tiempo. Y Wall Street es un tema tan visitado recientemente por el cine que parece no tener ángulos ocultos. 
  • Scorsese casi siempre cuenta historias de megalómanos que se consumen en su ambición: Travis Bickle, Rupert Pumpkin, Jake LaMotta, Howard Hughes... ¿Para qué otra más?, pensaba yo. Y para colmo, ¡tres horas!
  • The Wolf of Wall Street pertenece a ese grupo de biografías de individuos construidos y destruidos por su deseo, una categoría sobre la cual Scorsese parecía ya haber agotado todo lo que tenía para decir. 
  • Lo que la hace novedosa es el compromiso extremo con el que Scorsese mantiene su punto de vista, que es del protagonista, hasta las últimas consecuencias. No solo el protagonista es el narrador (como en Goodfellas); es nuestros ojos. Todo lo que vemos nos llega a través de su mirada de ambición desmedida, paranoia y delectación, hasta que personaje, tema y creador se funden en uno. 
  • Todo lo que ocurre está basado en hechos reales, pero su representación es tan disparatada que cuesta creerlos, y esa tensión histérica entre verdad y fábula es exactamente lo que Scorsese quiere que sintamos.
  • El resultado es una montaña rusa visual y emocional de tres horas. La duración de esta obra, que a priori suena a capricho de artista, no es más que la aceptación consecuente de la naturaleza desbordada de la historia. Un film sobre la exageración como mecanismo de persecución de la felicidad debe tener una duración exagerada, y por eso las tres horas se viven en la butaca como la mitad de lo que son.
  • Es también una película sobre la delectación, es decir, el ejercicio conciente y deliberado del pecado. Es una obra con una moral propia y sencilla: todos somos egoístas e impiadosos, y la única diferencia es que algunos pocos se aceptan como son y lo disfrutan a expensas de los que no tienen ese coraje.
  • Por eso, no hay arrepentimiento en este film. Solo actos mecánicos imprescindibles para evitar la destrucción del personaje. Por eso, como bien dice Richard Brody en The New Yorker, no hay víctimas en la obra. Porque en la visión del director, solo hay lobos. 
  • The Wolf of Wall Street es la figura invertida de After Hours, que pese a ser (a su manera) una obra maestra, es un ejercicio impersonal. En After Hours, un hombre común (una especie que Scorsese detesta) encara una empresa trivial (volver a su casa tras una noche de insomnio) y en el proceso se ve sumergido en el caos que lo rodea. En The Wolf..., un hombre fuera de lo común encara una empresa absurdamente gigantesca (ganar y gastar dinero en cantidades imposibles), y en el proceso sumerge en el caos a todo lo que lo rodea.

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